Podría decirse que Miguel Angel Herrera nació para pegarle piñas a la vida, podría decirse que nació para ser un renegado, un trotamundo, un peleador o un fajador en los caminos de la vida. Podrían decirse tantas cosas de él que serían innumerables. Pero por sobretodas las cosas no come clavos como es su sobrenombre.
Come "Clavos” Herrera tiene una gran particularidad; le peleó de igual a igual al mendocino Pascual Pérez y alguna vez estuvo en el ranking nacional de los gallos junto a Ernesto Miranda (que era el campeón argentino) y Salustiano Suárez. Otros puntanos sobresalientes en el duro y difícil deporte de los puños.
Y de eso se trata esta historia de un hombre que nació para pelearle a la vida y donde tuvo que poner mucho de sí mismo para ganarse el respeto en donde estuviera,abajo o arriba del ring.
La primera vez que se subió a un ring fue tan sólo después de una semana de entrenamiento para medirse con el mendocino Rubén Camargo a quien le ganó por puntos, luego perdederia el invicto como amateur en la pelea contra Salustiano Suárez -otro grande del boxeo sanluiseño-.
“Nada era fácil, yo entrenaba todos los días hasta que un día, después de perder con Salustiano le dije a Molina (su entrenador); “Llevo más de 20 peleas como amateur, si no soy profesional, no peleo más…”. “El Chiñe” Molina, que de boxeo sabía un montón, -dicen- le contestó; “… Vos entrená… que te voy a llevar de gira por el norte del país…” Yo me entrenaba todos los días, pasó un año y no pasó nada… me sentía mal… seguía entrenado, en las mañanas hachando árboles en un campo donde mi padrastro era encargado y en la tarde en el gimnasio”.
Hace un alto en el relato como para tomar aire y prender un 43/70 y señala.
“Un día, estaba tomando mate en un rancho y se acercó mi padrastro y me dijo que me buscaban, era Molina que venía para llevarme a Tucumán”.
Cómo fue aquel viaje le pregunté: “No tenía nada…Molina me compró una valija y un bolso en casa Vulcain (hoy Ribeiro) y un traje en una sastrería de la calle Rivadavia. Recuerdo que cuando me estaban vendando antes de la pelea, un grupo de tucumanos se acercó y nos dijeron "cinco mil a mil que no pasás el cuarto round", yo le contesté me podrá ganar pero no me va a noquear, y le gané por puntos. ¡Ja! Y esboza una sonrisa sobradora.
Peleé con los mejores del país incluso estuve en Chile donde me medí con Germán Pardo y también en Paraguay donde hice guantes con “Kid Pascualito”.
“Mi carrera no fue extensa, empecé a los 18 y dejé de pelear a los 24 años, hice plata pero así también la gasté, siempre tenía a mi lado a un montón de gente que había pasado privaciones como yo y cuando podíamos nos dábamos los gustos, siempre con uno de mis hermanos menor y mis amigos nos íbamos a la casa de Victoria Cuello, en avenida Ejército de los Andes entre Los Inmigrantes y Caseros y también cuando se mudó al lado de la cárcel vieja, juntábamos las mesas para tomar cervezas, y nos divertíamos hasta el final.
¿Como se le da la posibilidad de pelear con Pascual Pérez? “Le cuento –me dice- un día, Ernesto Miranda llegó a mi casa acompañado por su hermano Carlos, para ofrecerme la pelea, habló con mi esposa que le dijo que estaba en el bar de los Reta, me ofrecieron 13 mil pesos, yo les contesté que por esa plata los peleaba a todos juntos, se imagina, casado, con hijos y sin trabajo fijo, sólo hacía changas en la fábrica de mosaicos de hermano en la Caseros. Me preparé como nunca, hicimos diez round bastantes buenos, el público decía que por lo menos merecía un empate. Fue mi mejor bolsa. Más tarde, el 26 de noviembre de 1954, Pérez entró en la historia: obtuvo el campeonato mundial mosca al vencer por puntos al japonés Yoshio Shirai, tras 15 rounds en el estadio Korakuen, de la ciudad de Tokio.
“Al tiempo volví, me quería retirar, estuve parado un tiempo hasta que un día sale la posibilidad de pelear por el título argentino de los moscas en Justo Daract o en esa zona, Juan Sibona me entrenó como nunca, estaba hecho un violín”.
“Pero mire qué mala suerte que tuve me dice señalándome con el dedo que mueve de arriba hacia abajo, me pasó algo que nunca imaginé, no estaba en los planes de nadie, ya tenía un hijo de seis meses, Oscarcito, tenía todo listo para pelear, pero mi hijo se enfermó muy mal, lo llevamos al hospital, lo medicaron
y me dijeron que volviera al otro día, esa noche el pibe se nos murió, ese fue mi final, en el cajoncito, puse mis guantes, mi bata, mi pantalón y dije que nunca más iba a volver a pelear. Y así fue”. Sus ojos se entrecierran con tristeza, sus puños se cierran al tiempo que su voz parecer quebrarse. “Come Clavos” está groggy, sus sentimientos afloran a flor de piel, el recuerdo parece que obliga a la cuenta de protección. Se rehace como puede y se queda mirándome. Fue un momento. Pareciera que sus 71 años le pesaran cuando recuerda el momento.
Pero don Miguel, acostumbrado a los golpes que da la vida, mueve en silencio los labios. Está consternado.
Fuente. Johnny Díaz